¿Culpa o responsabilidad?

“Uno de los hábitos más arraigados del ser humano es verse a sí mismo como una víctima de las circunstancias. Cuando cambiamos esa manera de mirarnos, se produce el más grande de los milagros: el milagro de aceptarnos”.
– Jorge Carvajal –
Dentro de nuestro amplio abanico emocional, generalmente, la culpa es una de las emociones que vivimos como más desagradables. Pero si todos/as la sentimos y es inherente a la naturaleza humana, ¿por qué nos cuesta tanto tolerarla?
Socialmente, tendemos a una visión del mundo en blancos y negros, lo que deriva en que la culpa o es mía o es del otro. En un mundo donde sólo concebimos ser víctimas o verdugos, únicamente existen dos opciones: quedarme con la culpa o situarla fuera.
Ante este planteamiento, y dado que en la mayoría de las ocasiones todos/as actuamos con la mejor de nuestras intenciones, el ser humano tiende a buscar explicaciones que justifiquen la inocencia de sus actos, situando al otro, por tanto, como culpable.
Esta forma de comprender la realidad a través de la culpa disfruta de varias ventajas: aporta una visión de los sucesos más ordenada (una parte culpable y una parte inocente; una parte que acierta y otra que falla; una parte que actúa bien y otra mal), alivia la incertidumbre, focaliza la culpa en alguien y nos releva de tener que hacer algo al respecto.
Sin embargo, esta visión conlleva un gran inconveniente que solemos pasar por alto: nos conduce a un callejón sin salida entre dos posibilidades.
La alternativa a esta concepción es “la responsabilidad”. Hablamos de responsabilidad cuando nos referimos a hacernos cargo de nuestra pequeña parte de responsabilidad sobre lo que sucede a nuestro alrededor. Se trata de construir un mundo de grises, en el que víctima y verdugo puedan ser la misma persona y donde busquemos de qué manera nuestras acciones facilitan o dificultan que algo suceda.

Intentemos reflejar este hecho con un ejemplo cotidiano:
Imaginemos una situación laboral en la que nuestro/a jefe/a aumenta el ritmo de trabajo, delegándonos múltiples tareas, a un nivel en el que nos llegamos a sentir enormemente sobrecargados.
Durante varios meses, intentamos seguir el ritmo pero comienza a ser inviable, por lo que, sin darnos cuenta, comenzamos a disminuir nuestro rendimiento.
Nuestro/a jefe/a, frustrado/a, percibe los errores y nos culpa de no estar realizando un trabajo de calidad. Nosotros/as, aunque conscientes de los fallos, culpamos a nuestro/a jefe/a de no equilibrar la carga laboral y procurar no sobrecargarnos. ¿De quién es la culpa?
Desde una mirada imparcial al problema, podemos percibir la responsabilidad compartida que ambas partes tienen en el conflicto. Por un lado, nuestro/a jefe/a por no saber ajustar la carga laboral y nosotros/as trabajadores/as por no saber comunicar a tiempo cómo nos estábamos sintiendo con el aumento de la misma.
Bajo la “concepción de la culpabilidad”, ambas partes centran sus esfuerzos en atribuir la culpa al otro y la situación continúa sin resolverse. Por el contrario, desde la responsabilidad, ambas partes pueden tomar conciencia de su parte e impulsarse a encontrar otras alternativas de solución.
Este mecanismo está presente en numerosos ámbitos de nuestra vida cotidiana: en el entorno laboral, en nuestra vida familiar, en relación a nuestra salud, etc.
Te animamos a cuestionarte tus conflictos bajo una nueva perspectiva y observar si percibes cambios en tu sensación de control hacia los mismos.
Desde la división de “Empresa Saludable” de Developing People, ayudamos a las empresas para ofrecer a sus empleados las herramientas de gestión emocional más adecuadas, y así ir mejorando la calidad de vida del trabajador y del entorno laboral.