Hablemos sobre la eterna sensación de «no tener tiempo»

Comienzo de la semana. Todo organizado. En nuestra agenda todo cuadra de maravilla, y las reuniones, entregas, recados y actividades están perfectamente sincronizadas en horario. ¿Por qué tenemos entonces la sensación de que nunca tenemos tiempo? ¿Por qué siempre vamos a contrarreloj?

La sensación de falta de tiempo

Suena el despertador a las 7:00 de la mañana, 30 minutos para asearnos, desayunar (si es que desayunamos algo más que un café) y salir al trabajo. Reuniones de 1 hora encadenadas unas con otras. Recoger a nuestros/as hijos/as del colegio. Para entonces, las 16:30 de la tarde. 20 minutos para el trayecto, merienda incluida en el camino y 5 minutos más para llegar a tiempo a inglés o fútbol. Aprovechar para hacer recados, compra y llamadas. 1 hora para los deberes. Hacer la cena y a dormir.

Aparentemente todo encaja, según la agenda habría tiempo para todo. Pero, ¿por qué entonces sentimos constantemente que 24 horas no son suficientes en el día? ¿Por qué terminamos siempre corriendo?

«Nunca tengo tiempo para nada»

Lo cierto es que nuestra planificación del día a día es “perfecta” únicamente a nivel teórico. En el plano práctico no es realista, no da margen a los pequeños momentos de caos cotidiano, a la espontaneidad, a los cambios de planes o a nuestro mismísimo estado emocional. Lo cual nos crea un enorme estrés.

En otras palabras: Hay atascos, imprevistos, nuestro/a hijo/a se deja la mochila en casa, la reunión se alarga más de la cuenta, nos cierran la tienda, nos duele la cabeza o, simple y llanamente, ese día estamos tristes o agotados.

Organizamos nuestra semana y nuestro horario en función de un supuesto “rendimiento perfecto” desde lo que “deberíamos hacer o cumplir”, planificando un horario rígido y cerrado que no da espacio a los cambios de guión ni es flexible a nuestras necesidades emocionales del día a día.

¿Cuáles son las consecuencias de una planificación tan exigente y cerrada?

1. Días cargados de automatismos, no disfrutamos lo que hacemos.

Haciendo las cosas porque “hay que hacerlas”. Estamos tan preocupados por acabar la lista de tareas que no las disfrutamos y al final no agobia la falta de tiempo.

2. No hay margen a los gestos espontáneos, no decidimos.

En gran medida, el bienestar reside en las pequeñas decisiones del día a día: entrar en una tienda que nos llama la atención, 10 minutos de una llamada improvisada con algún amigo, una charla informal a la salida del trabajo, un paseo hacia casa, etc. Si todo está pautado, no hay margen a la improvisación, a conectar con nosotros/as mismos y preguntarnos ¿Qué me apetece hacer hoy?

3. Tener que ir siempre a nuestro 100%.

Si planificamos acorde a nuestro 100% de rendimiento (por autoexigencia), en cuanto suceda algo diferente de lo esperado, no llegaremos. La consecuencia directa de esta planificación siempre al 100% es la ansiedad.

¿Qué hacer ante esta situación?

Tal y como dijimos en artículos anteriores, cuestionarnos nuestra rutina, qué tareas son importantes y cuáles son prescindibles, marcar límites a la misma, flexibilizar, respetar nuestros ritmos, planificar actividades con las que disfrutemos, dejar a un lado la sensación de “perder el tiempo”, no autoexigirnos tanto y buscar tiempo, no más sino de calidad.



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